Cuando llegué a la playa,
nada hizo presagiar el mal.
nada hizo presagiar el mal.
Las gaviotas volaban bajo,
las olas garabateaban el mar.
Jugaban con las huellas a medio borrar
de quienes, en noviembre,
se atreven aún a la orilla bajar.
las olas garabateaban el mar.
Jugaban con las huellas a medio borrar
de quienes, en noviembre,
se atreven aún a la orilla bajar.
Cuando llegué a la playa,
nada hizo presagiar el mal.
nada hizo presagiar el mal.
El sol de otoño era suave, justo para calentar,
la brisa sobre nuestras cabezas, solo para refrescar.
Anunciaba un invierno a punto de llegar.
Nada parecía el momento alterar.
la brisa sobre nuestras cabezas, solo para refrescar.
Anunciaba un invierno a punto de llegar.
Nada parecía el momento alterar.
Cuando llegué a la playa,
nada hizo presagiar el mal.
nada hizo presagiar el mal.
Un estruendo silencioso:
aves al vuelo,
perros y gatos al aullar.
La marea baja…
y el mar, sin mar.
aves al vuelo,
perros y gatos al aullar.
La marea baja…
y el mar, sin mar.
Pero cuando llegué a la playa,
nada hizo presagiar el mal…
y sin embargo, ya estaba.
nada hizo presagiar el mal…
y sin embargo, ya estaba.
Un tsunami de arena, y no del mar,
la playa vino a enterrar.
Cementerio sin lápidas,
sepulturas sin firmar.
Enterrados de los pies a la cabeza,
muertos por no respirar.
la playa vino a enterrar.
Cementerio sin lápidas,
sepulturas sin firmar.
Enterrados de los pies a la cabeza,
muertos por no respirar.
Mi último recuerdo, antes de exhalar:
cuando llegué a la playa,
nada hizo presagiar el mal
cuando llegué a la playa,
nada hizo presagiar el mal